sábado, 10 de noviembre de 2012


NADA NI NADIE

Una vez, tan solo,
abrí esa puerta.

Nada me detuvo.
Nadie me advirtió.
Nada ni nadie.

Qué triste decisión
la de ser un ciego incansable
de esos
que cruzan las calles
mirando a los cielos álgidos.
Tal vez, no sé,
sostenga en sus ojos invidentes
una necesidad, un anhelo,
un horizonte consciente
donde asilar un futuro necio, 
un presente no certero
donde añorar
un pasado que aún miente.

Ahora,
adujada junto a esa puerta cerrada,
esa
que tan solo abrí una vez,
esa
tras la que nada me detuvo
y nadie me advirtió...

escucho con la cara lavada
y el corazón manchado de melancolías
el eco incongruente
de las almas heridas,
su ir y venir
tratando de no reencontrarse
consigo mismas.

Nada ni nadie supo ni oyó
como inhalé
el aire contaminado
de mis sueños danzarines de medianoche,
como atravesaron
mi garganta, mi pecho,
el odio que enmascarado yacía
en bienaventurados deseos,
mi agostada otredad,
la que vivió ese duelo.

Una vez, tan solo,
me temo,
es mucho tiempo.

©Concha González.
Imagen tomada de la red.

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