jueves, 16 de agosto de 2012




LA LUNA

Vivo en la luna.

Llegué una fría tarde de verano
cuando el viento arrebolaba
el cabello de los días inmóviles
y los huertos parían sus frutos ácimos.

Extendí mis brazos
(impregnados de savia impermanente)
hacia el vacío,
y entre ellos
se adhirió tu piel, tu voz
y un destello cegador
que alcanzó mis ojos, secó sus lágrimas
y quebró la esencia misma de la mirada.

Cerré mi casa y entré en batalla.
Solo yo parecía en guerra,
solo yo oí las metralletas incandescentes
y sentí como temblaba la tierra.
Solo yo caminé por senderos anegados
de cadáveres humillados,
y bebí ávida y sedienta
de infames charcos.
Solo yo perseguí nuestras sombras
desperdigadas en la oscuridad del día
y hui de ese profundo lago sin orilla
por no enfrentarme a mí misma.

Y desde entonces
vivo en la luna.

Dejé mi tierra marchita
sus largos días,
sus largas noches y su vaguedad.

Aparté los suelos de mis pasos
los ruegos de mi boca
el sol de mi ventana y las iras de mi alma...
para partir errante, liberada.

Desde entonces vivo en la luna.
Firmamos un  armisticio incompleto
al cobijo de aquel cálido invierno
que ya se avistaba desde lejos
e inmolamos el recuerdo, los sueños.

Y desde entonces sobrevivo en la luna sin ellos.

©Concha González.

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